VEA AQUÍ LA SANTA MISA DE HOY

viernes, 12 de noviembre de 2021

PRIMER ENCUENTRO DE CATEQUISTAS CON MONSEÑOR VÍCTOR ALEJANDRO


 La alegría del encuentro.

Les saludamos queridos catequistas, con el entusiasmo que imprime el Espíritu Santo, pidiéndole su luz para que cada día seamos catequistas audaces y valientes ante las situaciones emergentes de hoy. 


El pasado 18 de septiembre, la Dimensión Diocesana de Pastoral de Catequesis, DIDIPAC, tuvimos nuestro primer encuentro con S.E. Mons. Víctor Alejandro Aguilar L., quien con mucha alegría fue recibido por las ternas decanales, catequistas formadores de los once decanatos, el Pbro. Antonio González  y el equipo ejecutivo de la Dimensión de Catequesis, quienes presentaron los proyectos realizados en la Diócesis con sus desafíos.  

S.E. Mons. Víctor Alejandro, agradeció el servicio que se ofrece en la catequesis, reconociendo el trabajo desempeñado por la Dimensión y cada catequista.

Nos invitó a ser una Iglesia que evangeliza, teniendo como punto de referencia la catequesis de adultos, tal como lo marcan los Directorios de la catequesis; otro punto que resaltó fue tener presente las situaciones, que hacen que modifiquemos el lenguaje, las formas, etc., y para ello hay que cambiar: personas, estructuras y situaciones que ya no responden a los nuevos desafíos que se presentan hoy para la catequesis. En consecuencia, nos estimuló a ser catequistas creativos y flexibles que invocan a cada instante al Espíritu Creador, para encontrar formas nuevas que resuelvan y transformen las dificultades.  

También mencionó la importancia de reconocer el ministerio del catequista, invitando a construir los criterios necesarios para instituirlo en la Diócesis. 

Para finalizar el encuentro, cada terna decanal entregó a Mons. Víctor Alejandro, un detalle regional, como signo de gratitud y cercanía. 

“La Dimensión Diocesana de Pastoral de Catequesis, agradece la disponibilidad y entrega de cada catequista, que da testimonio de vida en lo cotidiano. Que el Espíritu del Señor siga suscitando para esta Iglesia particular, Catequista que sean al mismo tiempo testigo de la fe, maestros y mistagogos, acompañantes y pedagogos que enseñan en nombre de la Iglesia”. Todo para la Gloria de Dios.


Equipo DIDIPAC.

Fotos aquí

domingo, 13 de junio de 2021

LA DIÓCESIS DE CELAYA CON NUEVO OBISPO

Aceptación de Renuncia y Nombramiento en la Diócesis de Celaya

México, 12 de junio del 2021. Prot. Nº48/21

La Nunciatura Apostólica comunica a través de la Secretaría General de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que su Santidad Francisco ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la Diócesis de Celaya de Mons. Benjamín Castillo Plascencia, al mismo tiempo se ha dignado nombrar a Mons. Víctor Alejandro Aguilar Ledesma, al momento Obispo Auxiliar de Morelia, como nuevo Obispo de la Diócesis de Celaya.

Dicha noticia ha sido publicada en L’Osservatore Romano el día de hoy 12 de junio, del presente año a medio día tiempo de Roma.

Nos unimos en alegría y oración con la Iglesia que peregrina en la Diócesis de Celaya y deseamos a Mons. Víctor Alejandro un fecundo desempeño en su nueva encomienda Episcopal que el Señor le ha confiado.

+Alfonso G. Miranda Guardiola

Obispo Auxiliar de Monterrey

Secretario General de la CEM



RUEDA DE PRENSA (CODIPAC-CYA) NOMBRAMIENTO DE NUEVO OBISPO PARA LA DIÓCESIS DE CELAYA.

Primeras palabras que dirige S.E. Mons. Víctor al Pueblo de Dios que peregrina en esta Iglesia particular.



Fuentes: CEM, CODIPAC-CYA y ARQUIDIÓCESIS DE MORELIA

LA DIÓCESIS DE CELAYA TIENE CUATRO NUEVOS SACERDOTES


En la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en el Templo del Carmen, este viernes 11 de junio de 2021 a las 11 de la mañana, fueron ordenados cuatro nuevos Sacerdotes por Mons. Benjamín Castillo Plascencia IV Obispo de la Diócesis de Celaya, con la presencia de sacerdotes y laicos que participaron en la ordenación presbiteral. Con todas las medidas sanitarias estipuladas en esta pandemia según el Semáforo Estatal Covid-19, amigos y familiares de los neopresbíteros pudieron vivir la sagrada Eucaristía. 

En la homilía, el Sr. Obispo exaltó la importancia y el efecto espiritual de los sacramentos para quienes los reciben, aunado a la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón, Patrono Titular de la Diócesis de Celaya, destacando el gran amor que Dios tiene por sus hijos, los seres humanos, amor al que deben corresponder amando a los hermanos.  El sacerdocio, es, además un regalo, dado en estos muchachos que se integran al presbiterio, del cual formarán parte como hermanos de los demás sacerdotes, obispos y del Papa. 

Ordenados para ofrecerse en el servicio a los hermanos y no servirse de los hermanos, siendo uno con Cristo sacerdote.

Después se llevó a cabo el rito propio de la Ordenación, con la postración de los candidatos, las promesas sacerdotales, la imposición de manos, la unción de sus manos con el Santo Crisma para consagrarlas, después fueron revestidos por sus padres y padrinos con la estola y la casulla, para luego continuar con la santa Misa de manera normal, los nombres de los nuevos Presbíteros son: 

Juan Erasmo Flores Reyes.

Adrián Navarro Hernández.

Huber Eliecer Ramos Galindo.

José Humberto Rodríguez Mendoza.

Al finalizar la celebración, el P. Juan Erasmo dirigió unas palabras de agradecimiento para sus familias, formadores y personas que los apoyaron durante todo su proceso.

A partir del lunes 14 de junio serán los cantamisas en las parroquias en donde los jóvenes ejercían su ministerio desde que fueron ordenados diáconos.

Fuente: CODIPAC.

 De clic aquí para ver la Celebración de las Ordenaciones (1)

jueves, 3 de junio de 2021

MENSAJE PASTORAL A CATEQUISTAS, DINNEC.

Mensaje pastoral a catequistas, Catequesis y pandemia.

Queridos hermanos, con el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, iniciaba una nueva historia para la Iglesia y para la misma humanidad. El Espíritu de Dios que revoloteaba sobre las aguas y que daría origen a la creación entera, ahora revoloteaba sobre el mundo para generar hombres nuevos..., hombres alcanzados y redimidos por la sangre preciosa de Cristo. El hombre, reducido a polvo por el pecado de los orígenes, ahora era sujeto de una nueva creación por el soplo del Espíritu Santo en Pentecostés.

Todo renace; Jesucristo hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap. 21, 5; 2 Cor. 5, 17); su Espíritu venía a confirmar todo lo que Él había dicho y hecho y, con ello, empezaba el caminar de una Iglesia profética, de una Iglesia sacerdotal y de una Iglesia servidora de la humanidad.

La Iglesia toda, embellecida por el toque divino, por la gracia, por el sello de amor de Cristo, de su Padre y del Espíritu Santo, era enviada en el mundo como una barca que atraviesa hacia la orilla de la salvación llevando consigo hombres dispuestos a remar, a servir y hasta dar la vida por sus hermanos. Con el Pentecostés, la Iglesia, representada en los primeros discípulos, salía del miedo y del anonimato para anunciar que la vida que Cristo ofrece está más allá́ de la corrupción del sepulcro y de cualquier expectativa que el tiempo histórico le pueda presentar al hombre.

Con el don del Espíritu, en un Pentecostés como el que hemos celebrado en estos días, el Pueblo de Dios, renovado en Cristo, se convertía en una vasija llena de tesoros, llena de las piedras más preciosas a las que llamamos talentos, dones, carismas y ministerios. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, quedaba constituida en una belleza que salva..., belleza representada en la variedad de servidores enriquecidos por los dones del Espíritu.

Queridos hermanos, hoy, con el Motu Proprio “Antiquum Ministerium” del Papa Francisco, ofrecida el pasado 10 de mayo, se abre un nuevo Pentecostés para la vida de los catequistas y de las comunidades cristianas. Estos hermanos nuestros que a lo largo de la historia han ocupado un papel primordial en la transmisión de la fe y del Evangelio, ahora, por medio de la institución del ministerio del catequista, se convertirán en un verdadero incienso que se consume para elevarse hasta Dios y que llenará con su aroma agradable a la Iglesia y a la sociedad, ya que revitalizarán los pies cansados de un ministerio no siempre valorado ni reconocido; listos para asumir un renovado protagonismo en las comunidades.

Este nuevo Pentecostés en el que Dios derramará su gracia sobre los catequistas llega en el momento más indicado. Dios, al ver el sufrimiento de su pueblo sometido al miedo causado por la pandemia, y que ha replegado las filas de la misma Iglesia, ahora ofrece este don a los catequistas para que, como dijera a Pedro: “y tú, una vez convertido, ve y fortalece a tus hermanos” (Lc. 22, 32b). Gracias a este don, los catequistas podrán levantar la mano y convertirse en voz de esperanza, voz de profetas en medio de una sociedad que necesita de testigos, que necesita de maestros, pero sobre todo que necesita de hermanos llenos de caridad, hermanos revestidos del espíritu misionero, hermanos capaces de dialogar ahí́ donde el mundo ha enmudecido al no tener respuestas a todo lo que está aconteciendo.

Gracias, Papa Francisco porque con la institución de este ministerio, en medio de un tiempo de oscuridad, se nos abre un camino de luz que nos indica que, donde abunda el pecado y la oscuridad, ahí́ sobreabunda la gracia y la luz (Cfr. Rom. 5, 20).

Por eso, queridos evangelizadores y catequistas, en este tiempo de pandemia y ahí, están llamados a convertirse en antorchas que iluminen el camino; en antorchas que muestren una ruta que va más allá́ del dolor histórico que estamos pasando. La luz que brota de este nuevo Pentecostés en la ministerialidad del catequista nos empuja a reflexionar y repensar el modo de servir en la Pastoral no desde la catástrofe de lo que la pandemia nos ha arrebatado, sino desde las oportunidades que se nos han abierto. Por tal motivo, nuestra actitud de discípulos misioneros es la de convertir esta etapa oscura de la historia en un verdadero tiempo de gracia, en donde descubramos que las grandes oportunidades de construir un mundo diferente nos vienen directamente de Dios, tal como lo es el regalo del Ministerio ahora concedido, pero que también nos llegan indirectamente por medio de situaciones apremiantes, como lo es el caso de la pandemia. Es decir, espiritual y pastoralmente nos plantamos ante esta situación, pero con nuestras vasijas llenas de aceite, con las lámparas encendidas y con la mirada puesta en el novio quien, aún en medio de la oscuridad de la noche, camina entre las calles del pueblo para desposarse con la Iglesia y hacer una gran fiesta (Cfr. Mt. 25, 6).

Dicho esto, queridos catequistas, les invito a agudizar la mirada, a seguir llenando sus lámparas de aceite y a mantener encendida sus lámparas para sostener nuestro servicio de la transmisión de la fe en el lugar, en la postura y en la orientación adecuadas. Es tiempo de ceñirse el cíngulo, porque el Pentecostés nos ha hecho ver más allá́ del sepulcro y de la oscuridad, y nos hace correr hacia nuestros hermanos para anunciarles que Cristo hace nuevas todas las cosas.

Es precisamente este alcance de los frutos del Espíritu Santo que abraza y renueva todo, lo que me da la pauta para compartirles algunos pensamientos pastorales que me pareciera necesitamos tomar en cuenta para que la praxis catequística no perezca en esquemas antiguos, ante los desafíos y oportunidades que la pandemia le está presentando.

Contextualización de la catequesis de México ante la pandemia.

La prolongación del estado de contingencia sanitaria provocado por la Pandemia sigue poniendo en movimiento, en inquietudes y en desafíos a la pastoral de evangelización y catequesis. Afortunadamente, ha surgido una infinidad de iniciativas y respuestas pastorales para atender la catequesis, especialmente con la asunción de las tecnologías y medios de comunicación social. Como bendición, la bendición ha entrado en un ambiente de comunión y sinodalidad, por lo que ya es común ver como comparten sus experiencias de trabajo con catequistas de otras bendiciones. Los mismos catequistas, en su mayoría no nativos digitales, han empezado a emigrar hacia las plataformas digitales, en su celo pastoral por seguir atendiendo la evangelización y catequesis.

Sin embargo, se logran percibir algunas actitudes de fondo que, de no entenderse, provocarán el desperdicio de este tiempo de gracia en el cual la misma pandemia nos ha dado la oportunidad de replantear los modelos pastorales que se venían manejando en lo concerniente a la transmisión de la fe. Por poner un ejemplo: Aunque la catequesis ha entrado formalmente al espacio o continente digital, se percibe que un buen número de parroquias utiliza estos espacios bajo dos características:

1º Terminar de sacar los Sacramentos que quedaron pendientes.

2º Se da la catequesis con la misma metodología, formas y contenidos de cuando era presencial.

Esta situación nos lleva a intuir 3 peligros:

1º Prevalencia de una Pastoral Sacramentalista;

2º Añoranza por el ambiente y forma de vida pastoral de antes de la pandemia, por lo que se esperaría que, pasando la contingencia, se retorne a los mismos modelos pastorales en la transmisión de la fe;

3º La absolutización de los medios de comunicación en la atención de la transmisión de la fe, con los desvíos que eso pueda comportar.

Indudablemente, este tiempo de contingencia ha revelado que muchas formas pastorales de la Iglesia estaban en “jaque” desde hace mucho tiempo, sin embargo, no nos dábamos cuenta. Tuvo que venir la pandemia para cantarlo. Por eso, nos interesa ver más allá́ de las respuestas inmediatas que se puedan estar dando en la catequesis. Deseamos una revisión esmerada de la situación y de las estrategias que requerimos dar para no regresar a lo mismo después de la pandemia, ya que eso implicaría el “jaque mate” en la pastoral.

Consideraciones pastorales para la catequesis ante la pandemia y ahí.

1. “No mirar al dedo, sino al sol”. La mejor manera de responder catequéticamente a la pandemia es: ver más allá́ de lo que pareciera pedir en este momento. No dar respuestas pastorales con el estilo que se atendía en un tiempo normal y que ahora ya no existe. Los elementos que tienen que replantearse en la transmisión de la fe, y que la pandemia nos ha permitido descubrir, darán el enfoque para encauzar la praxis pastoral. Requerimos ir más allá́ de lo que aparentemente nos está pidiendo este tiempo. Por lo mismo, hablando del uso de los medios de comunicación, podremos entender que no lo son todo en esta renovación de la transmisión de la fe, solo son instrumentos que pueden ser generosos si responden a un verdadero cambio de paradigma en la catequesis. Existen otros elementos esenciales que se deben atender. Es nuestra tarea y obligación entrar en un periodo de reflexión profunda para dejarnos tocar por todo aquello que ha quedado vulnerable en nuestro ejercicio pastoral ante los cambios drásticos de la pandemia. La vulnerabilidad de muchos de nuestros procesos en la transmisión de la fe que la pandemia pueda dejar al descubierto, no son necesariamente un indicador de muerte, sino de oportunidad para renovar. Por eso, les invito a no dejarnos seducir por dar respuestas inmediatas y urgentes, sino a pensar en propuestas prioritarias y renovadoras..., siempre viendo más allá́ de lo que el mundo pueda ver o esperar de forma rápida.

2. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Retomar el verdadero significado de la experiencia de vida dentro de la transmisión de la fe. Aunque “la experiencia de vida” se ha tomado en cuenta dentro de las sesiones de catequesis, ahora requerimos un esfuerzo para no considerarla como un mero concepto metodológico, sino como realidad existencial que viven los catequizandos y que se convierte en un elemento hermenéutico que el catequista debe interpretar para ayudarles a encontrarle sentido y significado a su vivencia y que, por lo tanto, se encuentren con el mensaje evangélico. Esto requiere catequistas profetas, visionarios, capaces de interpretar el paso de Dios por la vida y circunstancias que viven sus discípulos, tal como lo hiciera Elí con Samuel: “cuando vuelvas a escuchar que alguien te llama, contesta: <habla, Señor, que tu siervo te escucha>” (I Sam. 3, 9). En definitiva, requerimos una catequesis verdaderamente encarnada en la historia humana, y que ha entendido el devenir histórico y el mundo como lugar teológico.

3. “Crisma y caricia del que sufre”. Una pastoral que le devuelve la importancia al primer paso del proceso evangelizador, esto es, el testimonio. La pandemia, antes que atentar contra la doctrina, la metodología y los libros de catequesis a seguir, está atentando contra la vida del hombre y contra los recursos de que se tiene que valer para subsistir, dejándolo en condiciones verdaderamente críticas, especialmente por el deplorable poder adquisitivo que se tiene, en este caso, en nuestro México. La pandemia está poniendo ante los ojos de la Iglesia a una infinidad de personas que viven verdaderas encrucijadas: perdida de trabajo, sin recursos para atenderse cuando se enferman, dolor por la muerte de seres queridos, confusión ante lo que dicen las noticias y lo que realmente se vive. Indudablemente, el dolor y la pobreza han aumentado en nuestros pueblos. Hoy pareciera repetirse aquel cuadro en el que llevaban a Jesús una infinidad de personas aquejadas por toda clase de males, y a quienes atendía sin dudarlo.

Entendido esto, podemos decir que los estragos de la pandemia son una provocación a las entrañas de misericordia y de amor fraterno de aquellos que nos llamamos cristianos. Es el tiempo del testimonio, de la caridad, de la palabra oportuna, de la preocupación por el otro, de la solidaridad y hasta del sacrificio. Aunque es válido el retorno y consideración del kerigma en la evangelización y catequesis, hoy, más que nunca, debemos recordar que al kerigma le antecede el testimonio de la comunidad de creyentes que toca y provoca a los demás hacia el deseo de saber por qué́ los cristianos aman y viven de tal o cual manera.

Desde esta perspectiva, la Iglesia de México, que cuenta con una sorprendente cantidad de evangelizadores y catequistas, deberá́ encontrar en ellos la fuerza y condición necesaria para convertirse en un “hospital de campaña”, en una “Iglesia Samaritana”. Si bien es necesario organizar grupos de catequistas para prepararlos a dar la catequesis valiéndose de los medios digitales, es mucho más prioritario organizar a los catequistas para ser parte de esa Iglesia samaritana. La Iglesia, ciertamente, ha dado testimonio en muchos lugares apoyando ante la pandemia, pero cuánto más se podría hacer con todos los catequistas que hay en el país. En definitiva, la pandemia se ha convertido para la catequesis en un tiempo propicio para ser testigos y suscitar el interés por acercarse a Dios por medio del que sufre. Lo demás, de la formación, vendrá́ por añadidura (Cfr. Misericordiae Vultus 10).

“Te invito a que renueves tu vocación de catequista y pongas toda tu creatividad en “saber estar” cerca del que sufre, haciendo realidad una “pedagogía de la presencia”, en la que la escucha y la proximidad no solo sean un estilo, sino contenido de la catequesis. Y en esta hermosa vocación artesanal de ser “crisma y caricia del que sufre” no tengas miedo de cuidar la fragilidad del hermano desde tu propia fragilidad: tu dolor, tu cansancio, tus quiebres; Dios los transforma en riqueza, ungüento, sacramento... Que María nos conceda valorar el tesoro de nuestro barro, para poder cantar con ella el Magnificat de nuestra pequeñez junto con la grandeza de Dios... (Cardenal Jorge Mario Bergoglio, 21 de agosto de 2003).

4. “Hijo mío, sigue las órdenes de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre” (Proverbios 6, 20). La verdadera gran catástrofe que se dio en las comunidades cristianas no fue el cierre de los templos y de los salones de catequesis, sino el descubrir que hemos absolutizado a la parroquia y a los catequistas como las fuerzas únicas de evangelización y como el único lugar sagrado. Al iniciarse la contingencia y al cerrarse dichos espacios, se inició́ la desesperación de muchos cristianos por sentir que se había perdido todo. Esta reacción nos permite intuir que, desafortunadamente, hemos dejado de considerar a las familias como verdaderos centros de culto y de transmisión de la fe.

Ahora es urgente retomar con seriedad la atención a las familias, a los matrimonios. Se deben buscar procesos de evangelización en los que se les faciliten los recursos para vivir su sacerdocio y profetismo como cabezas de familia. Requerimos retornar al esquema pastoral de la Iglesia de los primeros siglos, esto es, la evangelización de los adultos, en este caso, de los padres de familia. Indudablemente, con la atención esmerada a estos, podremos escuchar nuevamente las palabras que Cristo hiciera en la conversión de Zaqueo, también padre de familia: “hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc. 19, 9).

La pandemia devuelve a la pastoral la oportunidad de entender y asumir definitivamente a la familia como Iglesia doméstica. Por lo tanto, ya desde este tiempo de contingencia, y al salir de él, será́ necesario repensar la atención y los proyectos de evangelización y catequesis en esa perspectiva. Pensar y retornar a una catequesis centrada exclusivamente a los niños será́ nuestro pecado de insensatez, por lo que con justa razón se nos podría aplicar aquello del Evangelio: “tienen ojos y no ven” (Cfr. Mc 8, 18).

5. “Haga como el padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt. 13, 52). Tiempo de creatividad pastoral en la catequesis. En un espacio de tiempo donde se han esfumado los lugares y herramientas habituales de socialización y transmisión de la fe, los agentes de pastoral deben sacar cosas nuevas de su repertorio, deben implementar nuevos recursos; es tiempo de experimentar nuevas oportunidades y de soñar nuevas formas de transmitir la alegría del Evangelio. La pandemia, más que un tiempo para llorar por lo perdido, es un tiempo para cosechar y evaluar todo lo que se ha adquirido en la formación y en la experiencia de ser catequistas y, más aún, de dejar que el Espíritu suscite los nuevos carismas que requerimos en estos tiempos históricos. Los catequistas no han dejado de sorprendernos en su creatividad en tiempos normales, indudablemente, en este espacio de contingencia y ahí harán cosas mejores. Pero, para hacerlo, es necesario entender la dinámica del tiempo para no querer vivir con los mismos esquemas. Hoy, más que nunca, se trata de renovarse o morir.

6. “No solo de pan vive el hombre”. En el tiempo de desierto y de soledad, en medio de carencias y peligros, Jesús afirma contundentemente: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que procede de Dios” (Mt. 4, 4). La pandemia ha ido dejando a su paso soledad, hambre y peligros, mucho de lo cual necesitamos atender solidariamente, tal como se mencionó́ en el punto 3. Sin embargo, mucha de la sed y hambre provocada en el desierto de la contingencia no se sacia solamente con comida, bebida y cosas materiales.

Hoy, más que nunca, la Palabra de Dios reclama su lugar en el corazón, en el oído y en el alma del hombre. La Palabra, viva y eficaz, tiene el poder de revivir e inspirar aquello que pueda estar debilitado en el hombre, tal como: la esperanza, la fe, el sentido de trascendencia, la confianza en un futuro prometedor, etc. Si bien, las fórmulas doctrinales han ayudado al cristiano a mantenerse en unidad con la Iglesia, en estos momentos en que los ánimos flaquean y los ojos se nublan por el llanto y la incertidumbre, las frases doctrinales no lo serán todo. Es tiempo de dejar a Dios que hable directamente a través de la Palabra escrita. Es tiempo de confiar desde la catequesis en que Dios está vivo y que habla desde las Escrituras. Se requiere devolverle a la Palabra de Dios su centralidad en toda praxis y estructura pastoral. La Palabra de Dios es en este momento el maná que cae del cielo para alimentar a sus hijos que atraviesan las inclemencias del desierto.

7. Cuando Cristo Resucitado se aparece a sus discípulos, Tomás no estaba con ellos. Las Sagradas Escrituras nos relatan un momento complicado en la vida del Santo Apóstol Tomás, quien atravesara por la crisis de no estar a la par de sus hermanos en el encontrarse con el Resucitado y en el renovar su fe a primera hora... La causa: estaba fuera de la comunidad en el momento preciso (Cfr. Jn. 20, 24). Me pareciera que esa es una de las situaciones que hemos vivido en la Iglesia y en la sociedad. Esto es: el problema no es que la pandemia haya llegado en un momento delimitado a nuestras vidas..., el problema es que nos agarró́ no haciendo verdadera comunidad. La pandemia puso en evidencia que el hecho de ser Iglesia o sociedad no crea automáticamente los vínculos necesarios para vivir en comunión, sinodalidad, fraternidad y corresponsabilidad de los unos con los otros. Ante las emergencias pastorales y de caridad que requerían atención en estos periodos críticos, de repente descubrimos que no teníamos la suficiente fuerza para responder..., simplemente porque no todos estábamos haciendo comunidad. Esa es una de las grandes verdades que nos ha mostrado la pandemia. Nos ha golpeado más de lo debido porque no estábamos plenamente unidos.

En conclusión, queridos catequistas, si queremos ser testigos en primer grado, capaces de responder en su debido momento a lo que estos tiempos nos plantean, necesitamos hacer verdadera comunidad, despertando con ello el sentido de pertenencia, corresponsabilidad y sinodalidad. La espiritualidad de comunión y sinodalidad hoy tocan las fibras más profundas del ser y quehacer de la Iglesia y la Sociedad, gracias a lo que la pandemia nos ha mostrado. Hemos aprendido que la mejor forma de afrontar los retos emergentes que la vida nos plantea es, precisamente, viviendo unidos, y no de manera individual. Queridos catequistas, la comunión y Sinodalidad son el gran reto a reconstruir en estos tiempos de pandemia y ahí. ¡Es tiempo de soñar y visualizar nuevos horizontes para la catequesis! En "la alegría y belleza de caminar juntos" nos esperan grandes cosas, avancemos juntos!

¡Gracias por ser una bendición y luz para estos tiempos!

+ Fidencio López Plaza Obispo de Querétaro y

 Responsable de la Dimensión Nacional de la Nueva Evangelización y Catequesis

Querétaro, Qro. 31 de mayo de 2021

Fuente: CEM

sábado, 22 de mayo de 2021

CARTA APOSTÓLICA "ANTIQUUM MINISTERIUM", MINISTERIO DE CATEQUISTA.

CARTA APOSTÓLICA

EN FORMA DE «MOTU PROPRIO»

 

ANTIQUUM MINISTERIUM

 

DEL SUMO PONTÍFICE

FRANCISCO

 

CON LA QUE SE INSTITUYE

EL MINISTERIO DE CATEQUISTA

 

1. El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo. Entre los teólogos es opinión común que los primeros ejemplos se encuentran ya en los escritos del Nuevo Testamento. El servicio de la enseñanza encuentra su primera forma germinal en los “maestros”, a los que el Apóstol hace referencia al escribir a la comunidad de Corinto: «Dios dispuso a cada uno en la Iglesia así: en primer lugar, están los apóstoles; en segundo lugar, los profetas, y en tercer lugar, los maestros; enseguida vienen los que tienen el poder de hacer milagros, luego los carismas de curación de enfermedades, de asistencia a los necesitados, de gobierno y de hablar un lenguaje misterioso. ¿Acaso son todos apóstoles?, ¿o todos profetas?, ¿o todos maestros?, ¿o todos pueden hacer milagros?, ¿o tienen todos el carisma de curar enfermedades?, ¿o hablan todos un lenguaje misterioso?, ¿o todos interpretan esos lenguajes? Prefieran los carismas más valiosos. Es más, les quiero mostrar un carisma excepcional» (1 Co 12,28-31).

 

El mismo Lucas al comienzo de su Evangelio afirma: «También yo, ilustre Teófilo, investigué todo con cuidado desde sus orígenes y me pareció bien escribirte este relato ordenado, para que conozcas la solidez de las enseñanzas en que fuiste instruido» (1,3-4). El evangelista parece ser muy consciente de que con sus escritos está proporcionando una forma específica de enseñanza que permite dar solidez y fuerza a cuantos ya han recibido el Bautismo. El apóstol Pablo vuelve a tratar el tema cuando recomienda a los Gálatas: «El que recibe instrucción en la Palabra comparta todos los bienes con su catequista» (6,6). El texto, como se constata, añade una peculiaridad fundamental: la comunión de vida como una característica de la fecundidad de la verdadera catequesis recibida.

 

2. Desde sus orígenes, la comunidad cristiana ha experimentado una amplia forma de ministerialidad que se ha concretado en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia. Los carismas, que el Espíritu nunca ha dejado de infundir en los bautizados, encontraron en algunos momentos una forma visible y tangible de servicio directo a la comunidad cristiana en múltiples expresiones, hasta el punto de ser reconocidos como una diaconía indispensable para la comunidad. El apóstol Pablo se hace intérprete autorizado de esto cuando atestigua: «Existen diversos carismas, pero el Espíritu es el mismo. Existen diversos servicios, pero el Señor es el mismo. Existen diversas funciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. A cada uno, Dios le concede la manifestación del Espíritu en beneficio de todos. A uno, por medio del Espíritu, Dios le concede hablar con sabiduría, y a otro, según el mismo Espíritu, hablar con inteligencia. A uno, Dios le concede, por el mismo Espíritu, la fe, y a otro, por el único Espíritu, el carisma de sanar enfermedades. Y a otros hacer milagros, o la profecía, o el discernimiento de espíritus, o hablar un lenguaje misterioso, o interpretar esos lenguajes. Todo esto lo realiza el mismo y único Espíritu, quien distribuye a cada uno sus dones como él quiere» (1 Co 12,4-11).

 

Por lo tanto, dentro de la gran tradición carismática del Nuevo Testamento, es posible reconocer la presencia activa de bautizados que ejercieron el ministerio de transmitir de forma más orgánica, permanente y vinculada a las diferentes circunstancias de la vida, la enseñanza de los apóstoles y los evangelistas (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8). La Iglesia ha querido reconocer este servicio como una expresión concreta del carisma personal que ha favorecido grandemente el ejercicio de su misión evangelizadora. Una mirada a la vida de las primeras comunidades cristianas que se comprometieron en la difusión y el desarrollo del Evangelio, también hoy insta a la Iglesia a comprender cuáles puedan ser las nuevas expresiones con las que continúe siendo fiel a la Palabra del Señor para hacer llegar su Evangelio a toda criatura.

 

3. Toda la historia de la evangelización de estos dos milenios muestra con gran evidencia lo eficaz que ha sido la misión de los catequistas. Obispos, sacerdotes y diáconos, junto con tantos consagrados, hombres y mujeres, dedicaron su vida a la enseñanza catequética a fin de que la fe fuese un apoyo válido para la existencia personal de cada ser humano. Algunos, además, reunieron en torno a sí a otros hermanos y hermanas que, compartiendo el mismo carisma, constituyeron Órdenes religiosas dedicadas completamente al servicio de la catequesis.

 

No se puede olvidar a los innumerables laicos y laicas que han participado directamente en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística. Hombres y mujeres animados por una gran fe y auténticos testigos de santidad que, en algunos casos, fueron además fundadores de Iglesias y llegaron incluso a dar su vida. También en nuestros días, muchos catequistas capaces y constantes están al frente de comunidades en diversas regiones y desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe. La larga lista de beatos, santos y mártires catequistas ha marcado la misión de la Iglesia, que merece ser conocida porque constituye una fuente fecunda no sólo para la catequesis, sino para toda la historia de la espiritualidad cristiana.

 

4. A partir del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia ha percibido con renovada conciencia la importancia del compromiso del laicado en la obra de la evangelización. Los Padres conciliares subrayaron repetidamente cuán necesaria es la implicación directa de los fieles laicos, según las diversas formas en que puede expresarse su carisma, para la “plantatio Ecclesiae” y el desarrollo de la comunidad cristiana. «Digna de alabanza es también esa legión tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles, es decir, los catequistas, hombres y mujeres, que llenos de espíritu apostólico, prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la propagación de la fe y de la Iglesia. En nuestros días, el oficio de los Catequistas tiene una importancia extraordinaria porque resultan escasos los clérigos para evangelizar tantas multitudes y para ejercer el ministerio pastoral» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 17).

 

Junto a la rica enseñanza conciliar, es necesario referirse al constante interés de los Sumos Pontífices, del Sínodo de los Obispos, de las Conferencias Episcopales y de los distintos Pastores que en el transcurso de estas décadas han impulsado una notable renovación de la catequesis. El Catecismo de la Iglesia Católica, la Exhortación apostólica Catechesi tradendae, el Directorio Catequístico General, el Directorio General para la Catequesis, el reciente Directorio para la Catequesis, así como tantos Catecismos nacionales, regionales y diocesanos, son expresión del valor central de la obra catequística que pone en primer plano la instrucción y la formación permanente de los creyentes.

 

5. Sin ningún menoscabo a la misión propia del Obispo, que es la de ser el primer catequista en su Diócesis junto al presbiterio, con el que comparte la misma cura pastoral, y a la particular responsabilidad de los padres respecto a la formación cristiana de sus hijos (cf. CIC c. 774 §2; CCEO c. 618), es necesario reconocer la presencia de laicos y laicas que, en virtud del propio bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis (cf. CIC c. 225; CCEO cc. 401. 406). En nuestros días, esta presencia es aún más urgente debido a la renovada conciencia de la evangelización en el mundo contemporáneo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 163-168), y a la imposición de una cultura globalizada (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 100. 138), que reclama un auténtico encuentro con las jóvenes generaciones, sin olvidar la exigencia de metodologías e instrumentos creativos que hagan coherente el anuncio del Evangelio con la transformación misionera que la Iglesia ha emprendido. Fidelidad al pasado y responsabilidad por el presente son las condiciones indispensables para que la Iglesia pueda llevar a cabo su misión en el mundo.

 

Despertar el entusiasmo personal de cada bautizado y reavivar la conciencia de estar llamado a realizar la propia misión en la comunidad, requiere escuchar la voz del Espíritu que nunca deja de estar presente de manera fecunda (cf. CIC c. 774 §1; CCEO c. 617). El Espíritu llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, la bondad y la verdad de la fe cristiana. Es tarea de los Pastores apoyar este itinerario y enriquecer la vida de la comunidad cristiana con el reconocimiento de ministerios laicales capaces de contribuir a la transformación de la sociedad mediante «la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico» (Evangelii gaudium, 102).

 

6. El apostolado laical posee un valor secular indiscutible, que pide «tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 31). Su vida cotidiana está entrelazada con vínculos y relaciones familiares y sociales que permiten verificar hasta qué punto «están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos» (Lumen gentium, 33). Sin embargo, es bueno recordar que además de este apostolado «los laicos también pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía, al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho por el Señor» (Lumen gentium, 33).

 

La particular función desempeñada por el Catequista, en todo caso, se especifica dentro de otros servicios presentes en la comunidad cristiana. El Catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a «dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza» (1 P 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad (cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Directorio para la Catequesis, 113).

 

7. Con clarividencia, san Pablo VI promulgó la Carta apostólica Ministeria quaedam con la intención no sólo de adaptar los ministerios de Lector y de Acólito al nuevo momento histórico (cf. Carta ap. Spiritus Domini), sino también para instar a las Conferencias Episcopales a ser promotoras de otros ministerios, incluido el de Catequista: «Además de los ministerios comunes a toda la Iglesia Latina, nada impide que las Conferencias Episcopales pidan a la Sede Apostólica la institución de otros que por razones particulares crean necesarios o muy útiles en la propia región. Entre estos están, por ejemplo, el oficio de Ostiario, de Exorcista y de Catequista». La misma apremiante invitación reapareció en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi cuando, pidiendo saber leer las exigencias actuales de la comunidad cristiana en fiel continuidad con los orígenes, exhortaba a encontrar nuevas formas ministeriales para una pastoral renovada: «Tales ministerios, nuevos en apariencia pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su existencia —por ejemplo, el de catequista […]—, son preciosos para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia y para su capacidad de irradiarse en torno a ella y hacia los que están lejos» (San Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 73).

 

No se puede negar, por tanto, que «ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del laico en la Iglesia. Se cuenta con un numeroso laicado, aunque no suficiente, con arraigado sentido de comunidad y una gran fidelidad en el compromiso de la caridad, la catequesis, la celebración de la fe» (Evangelii gaudium, 102). De ello se deduce que recibir un ministerio laical como el de Catequista da mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado, que en todo caso debe llevarse a cabo de forma plenamente secular sin caer en ninguna expresión de clericalización.

 

8. Este ministerio posee un fuerte valor vocacional que requiere el debido discernimiento por parte del Obispo y que se evidencia con el Rito de Institución. En efecto, éste es un servicio estable que se presta a la Iglesia local según las necesidades pastorales identificadas por el Ordinario del lugar, pero realizado de manera laical como lo exige la naturaleza misma del ministerio. Es conveniente que al ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Christus Dominus, 14; CIC c. 231 §1; CCEO c. 409 §1). Se requiere que sean fieles colaboradores de los sacerdotes y los diáconos, dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico.

 

En consecuencia, después de haber ponderado cada aspecto, en virtud de la autoridad apostólica instituyo el ministerio laical de Catequista

 

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se encargará en breve de publicar el Rito de Institución del ministerio laical de Catequista.

 

9. Invito, pues, a las Conferencias Episcopales a hacer efectivo el ministerio de Catequista, estableciendo el necesario itinerario de formación y los criterios normativos para acceder a él, encontrando las formas más coherentes para el servicio que ellos estarán llamados a realizar en conformidad con lo expresado en esta Carta apostólica.

 

10. Los Sínodos de las Iglesias Orientales o las Asambleas de los Jerarcas podrán acoger lo aquí establecido para sus respectivas Iglesias sui iuris, en base al propio derecho particular.

 

11. Los Pastores no dejen de hacer propia la exhortación de los Padres conciliares cuando recordaban: «Saben que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común» (Lumen gentium, 30). Que el discernimiento de los dones que el Espíritu Santo nunca deja de conceder a su Iglesia sea para ellos el apoyo necesario a fin de hacer efectivo el ministerio de Catequista para el crecimiento de la propia comunidad.

 

Lo establecido con esta Carta apostólica en forma de “Motu Proprio”, ordeno que tenga vigencia de manera firme y estable, no obstante, cualquier disposición contraria, aunque sea digna de particular mención, y que sea promulgada mediante su publicación en L’Osservatore Romano, entrando en vigor el mismo día, y sucesivamente se publique en el comentario oficial de las Acta Apostolicae Sedis.

 

Dado en Roma, junto a San Juan de Letrán, el día 10 de mayo del año 2021, Memoria litúrgica de san Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia, noveno de mi pontificado.

 

Francisco

 


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