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viernes, 2 de mayo de 2014

Identidad Social – Ser Cristiano en el Mundo.

Querid@s Catequistas:
     Con gusto los saludamos, deseando que el gozo y la paz de Cristo Jesús Resucitado permanezca en sus corazones, en sus familias y en sus comunidades:  ¡Muy Felices Pascuas de Resurrección!
     En este contexto pascual, estamos llamados a ser testigos alegres y valientes de Cristo el Señor en los diversos ambientes donde nos encontremos. 
     El número 91 de la Guía de Formación para los Catequistas de México nos habla de ello.
     Al relacionarnos con los demás, nos damos cuenta de que cada uno somos diferentes, lo cual es positivo. Es necesario, por tanto, hacer conciencia de que la diversidad existe y la interdependencia, es decir, reconocer que nos necesitamos y nos complementamos unos con otros, es una riqueza.
     Es importante que como catequistas nos formemos para comprender las reacciones de los demás, poniéndonos en su lugar.
     La formación no puede hacer a un lado la realidad, sino que ha de conducirnos a ser mujeres u hombres de nuestro tiempo, viviendo plenamente identificadas (os) con nuestra comunidad; a compartir los problemas y preocupaciones de nuestros compañeras (os) catequistas, con quienes realizamos la misión; a ser capaces de manifestar lo que es ser cristiano en la familia, en la sociedad, en el trabajo, etc. Con una fuerte sensibilidad y preocupación social y política. A ser testigos equilibrados, responsables y coherentes, con una espiritualidad unificada y armónica.
     Con estas actitudes construimos la comunidad cristiana. El reconocimiento del otro nos llevará a leer críticamente desde nuestra fe los acontecimientos, buscando los signos del Reino en el mundo y en nuestra realidad, viviendo y proponiendo los valores del Evangelio que aprendemos de Jesús. Confrontando las maneras de pensar y las formas de vivir que van en contra de la dignidad de la persona, convirtiéndonos en defensoras (es) y promotoras (es) de la vida para hacer frente a las inevitables tensiones entre las personas, grupos o naciones.
     Al respecto, nos dicen los Obispos de Latinoamérica en Aparecida: “Las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas… Hay que subrayar “la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo”, que “invita a todos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes”.  Tanto la preocupación por desarrollar estructuras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna” (DA 358).
     El encuentro de los catequistas entre sí y con los demás mediante el diálogo, donde se pueden compartir las experiencias de vida y de fe, aportarán valores en la construcción de la historia. Y la apertura al intercambio de argumentos y testimonios, respetando sus expresiones y estilos, será uno de los instrumentos necesarios de la formación de los catequistas del siglo XXI. De otra manera correríamos el riesgo de que la evangelización pierda credibilidad al realizarse por personas que viven al margen del mundo y de sus problemas.
     El documento de Aparecida nos dice: “Como discípulos de Jesucristo, nos sentimos interpelados a discernir los ‘signos de los tiempos’, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y ‘para que la tengan en plenitud’ (Jn 10, 10).
     El ejemplo de las primeras comunidades cristianas es el paradigma o modelo y el impulso para emprender el camino de la colaboración de bienes tanto espirituales como materiales (Cfr. Hch 2, 42-47; 4, 32-37).
     Una de las dimensiones importantes de nuestra formación como catequistas es la de aprender a compartir en dos aspectos: el descubrimiento gradual del otro y la participación en proyectos comunes – abrirnos al diálogo, la aceptación de los demás y al trabajo en equipo. Esto permitirá superar los hábitos individuales y valorar los puntos de convergencia, es decir, aquello que nos une por encima de los aspectos que separan, dando origen a un nuevo modo de identificación, incluso de amistad. Al ir avanzando en esta experiencia, lograremos proponer un modo cristiano de vivir. 
Equipo DIDIPAC

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