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miércoles, 21 de enero de 2015

CON AUDACIA Y FERVOR, CAMINAR COMO PUEBLO.

     Queridos catequistas y lectores todos, los saludamos con cariño y los alentamos una vez más a continuar entregados y entusiastas en su labor catequística. 
     Continuamos profundizando y reflexionando en las palabras de Jorge Mario Bergoglio, nuestro querido Papa Francisco, quien desde que era Arzobispo de Buenos Aires Argentina, se dio así mismo el título de catequista. En esta ocasión él nos invita a caminar como pueblo con audacia y fervor. Abramos nuestro corazón para hacer nuestras sus palabras y hacerla vida en nuestro ministerio. 
AUDACIA y FERVOR
     Nuestra Iglesia… está necesitada de AUDACIA y FERVOR, que es obra del Espíritu Santo, y que nos lleva a anunciar, a gritar a Jesucristo con toda nuestra vida. Es necesario mucha audacia y valentía para seguir caminando hoy en medio de tanta perplejidad. 
¡Audacia apostólica implicará búsqueda, creatividad, navegar mar adentro!
     En esta espiritualidad del camino también es grande la tentación de traicionar el llamado a marchar como pueblo, renunciando  al mandato de la peregrinación para correr alocadamente el maratón del éxito. De esta manera hipotecamos nuestro estilo, sumándonos a la cultura de la exclusión, en la que ya no hay lugar para el anciano, el niño, no hay tiempo para detenerse al borde del camino. La tentación es grande, sobre todo porque se apoya en los nuevos dogmas modernos como la eficiencia y el pragmatismo. Por ello, hace falta mucha audacia para ir contra la corriente, para no renunciar  a la utopía posible de que sea precisamente la inclusión la que marque el estilo  y ritmo de nuestro paso.
     Caminar como pueblo siempre es más lento. Además nadie ignora que el camino es largo y difícil. Como en aquella experiencia fundante del pueblo de Dios por el desierto, no faltará el cansancio y el desconcierto. Como todo caminar nos obliga a ponernos en marcha, en movimiento, nos desinstala, y nos pone en situación de luchas espirituales. Debemos prestar especial atención a lo que pasa en el corazón; estar atento al movimiento de los diversos espíritus (el bueno, el malo, el propio). Y esto, para poder discernir y encontrar la Voluntad de Dios.
     No habrá que extrañarse que en este camino que comenzamos a transitar aparezca la tentación sutil de la seducción “alternativista”, que se expresa en nunca aceptar un camino común, para presentar siempre como absoluto otras posibilidades, y que expresa también la incapacidad de hacer un camino con otros,  porque en el fondo del corazón se prefiere andar solitario por senderos elitistas que, en muchos casos, conducen a replegarse egoístamente sobre sí mismo. El catequista en cambio, el verdadero catequista, tiene la sabiduría que se fragua en la cercanía con la gente y con la riqueza de tantos rostros e historias compartidas que lo alejan de cualquier versión aggiornada* de “ilustración”. 
     No ha de extrañar que en el camino también se haga presente el mal espíritu, el que se niega a toda novedad. El que se aferra a lo adquirido y prefiere las seguridades de Egipto a las promesas del Señor.  Ese mal espíritu nos lleva a satisfacernos en las dificultades, a apostar desde el inicio al fracaso, a despedir “con realismo” a las multitudes porque no sabemos, no podemos y, en el fondo, no  queremos incluirlas. De este mal espíritu nadie está exento.
     De allí, que la invitación a renovar el fervor sea una invitación a pedirle a Dios una gracia para nuestra Iglesia, “La gracia de la audacia apostólica, audacia fuerte y fervorosa del Espíritu”.
     Sabemos que toda esta renovación espiritual no puede ser el resultado de un movimiento de voluntad o un simple cambio de ánimo. Es gracia, renovación interior, transformación profunda  que se fundamenta y apoya  en una Presencia que, como aquella tarde del primer día de la historia nueva, se hace camino con nosotros para transformar nuestros miedos en ardor, nuestra tristeza en alegría, nuestra huida en anuncio. Sólo hace falta reconocerlo como en Emaús. Él sigue partiendo el pan para que nos reconozcan también, al partir nuestro pan. Y si nos falta audacia para asumir el desafío de ser nosotros quienes demos de comer, actualicemos en nuestra vida el mandato de Dios al cansado y agobiado profeta Elías: “Levántate, come, todavía te queda mucho por caminar...” (I Re. 19,7).
¡Más que nunca necesitamos de tu persona y ministerio catequístico!
Más que nunca necesitamos tu mirada cercana de catequista para contemplar, conmoverte y detenerte cuantas veces sea necesario para darle a nuestro caminar el ritmo sanante de projimidad. Y podrás así hacer la experiencia de la verdadera compasión, la de Jesús, que lejos de paralizar, moviliza, lo impulsa a salir con más fuerza, con más audacia, a anunciar, a curar, a liberar (Cf.  Lc 4, 16-22).
     Más que nunca necesitamos de tu corazón delicado de catequista que te permite aportar, desde tu experiencia del acompañamiento, la sabiduría de la vida y de los procesos donde prevalece la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, el sentido de pertenencia, para cuidar así –entre todos– a las  ovejas que se nos confía, de los lobos ilustrados que intentan disgregar el rebaño.
     ¡Más que nunca necesitamos de tu persona y ministerio catequístico para que con tus gestos creativos, pongas como David música y alegría al andar cansado de nuestro pueblo! (2 Sam. 6, 14-15).
(Carta del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ
arzobispo de Buenos Aires a los catequistas.
Agosto de 2004)
EQUIPO DIDIPAC
Periódico Redes
* Aggiornado.  Significa puesto al día, actualizado, modernizado.

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